En la clasificación artificial aceptada existimos en un mundo muy particular denominado por los que «realmente saben de esto» como «el tercer mundo». A duras penas si fabricamos una simple aguja… entonces tal vez no somos una sociedad industrial, pero tampoco podemos definirnos plenamente como una sociedad agrícola porque es común concentrar en nuestras ciudades, desiertos de cemento, gran parte de nuestra población. Por otro lado es bien interesante ver a multinacionales pelearse por nuestros mercados como si fueramos una sociedad de consumo al más alto nivel.
Nos han definido inadecuadamente porque no hemos decidido que somos ni lo que queremos ser, y nuestras instituciones reflejan muy bien esa incertidumbre. Desde luego tenemos la esperanza de lograr una etapa donde no sea tan dificil vivir en términos dignos de un ser humano, pero ese deseo lo hemos manejado al estilo de un mendigo que no ve más allá de su transcurrir diario.
Nuestras instituciones, sean las del estado, las privadas o las sociales están creadas para un mundo que ya pasó, su diseño fué realizado a parches según modas, conveniencias o eventualidades, el futuro es por fin incierto, los modelos que teniamos que imitar hoy están demostrando sus errores y problemas, es una fortuna que tengamos que pensar para donde nos vamos.
Aunque sería innegable un proceso de imitación, existe en esta incertidumbre la posiblidad de aprovechar la oportunidad que ofrecen las nuevas dinámicas económicas basadas en conocimiento. Estas dinámicas son mundiales, evolucionan a su propio ritmo, uno que solo puede ser comprendido en alguna medida desde una perspectiva biológica, las instituciones del estado de los paises del primer mundo no van a la misma velocidad que este cambio y desde luego las del tercer mundo no se han dado de que hace rato son obsoletas. Estas dinámicas se sustentan en tecnologías que como buenos consumidores ya tenemos o estamos adquiriendo hambrientamente. Lo interesante es que desde hace rato no se nos presentaba la oportunidad de montarnos en un tren, donde en vez de ser los del vagón de tercera, podemos si lo deseamos ser protagonistas, o si movemos bien las fichas decidir la dirección de ese tren… o simplemente armar otro.
Aunque suene irracional, en estas nuevas dinámicas son los proyectos sociales, culturales y educativos los que pisan fuerte, y si bien el dinero es un síntoma importante de estas empresas, el exito de las mismas se mide de otra forma, como por ejemplo, en el volumen de cambios que los consumidores realizan a un producto que se les regala (¿irracional?) o en el nivel de masificación para poblaciones específicas (economía de escala enfocada a nichos… impensable en el siglo veinte). Ahora, si las empresas culturales son una oportunidad maravillosa, ¿en el planeta donde se encuentra la cultura que no ha sido consumida aún en películas, música, libros viejos y demás? pues en el piso superior, en el tercero…
No solo me refiero a contenidos, sino también a prácticas, formas de ser, de asociarse. Estos nuevos artesanos no quieren alquilarse, no quiere vender su tiempo, sino más bien vender lo que libremente hacen en su tiempo, el empleo en su concepción tradicional no le funciona al creativo, al artista, al programador, al gestor social o cultural.
Las asociaciones para abordar estos proyectos funcionan mejor cuando son más «lígeras», tal vez basadas en metas y en calidades demostradas, los modelos oficiales de sociedades comerciales parecen dinosaurios, son como camisas de fuerza, y creo que cuando generen alguno «adecuado» ya será obsoleto. No se sienten los beneficios al apoyar la existencia de modelos tributarios convencionales ¿a quién le pago mis impuestos si mi proyecto esta distribuido en la red y en últimas son mis usuarios quienes lo crean? ¿cómo miden lo que debo pagar si estamos hablando de intangibles dífíciles de delimitar? ¿en qué me beneficia hacerlo?
Es posible que a un hijo del maíz en el antiplano de cemento no le crean… sólo tienen que darse una rodadita por internet. Encontrarán más gente hablando lo mismo y tejiendo nuevas formas de hacer riqueza y si quieren dinero, este sólo es el síntoma de esa riqueza. Encuentren un nicho cultural, social, educativo que pueda ser apoyado, soportado, beneficiado con una tecnología que existe, que enamore gente hasta formar una masa crítica, que les genere placer, diversión, estabilidad existencial, o que se apoye en sus deseos, aversiones, afinidades, de tal forma que lo sigan construyendo. En algún momento las monedas se comienzan a escuchar, aunque esa es tal vez la forma más básica de la riqueza creada. Los grandes inversores intentarán imitar con proyectos artificiales de laboratorio, pero si no tocan fibras sensibles solo serán plástico bien diseñado. Un proyecto que toque realmente a las personas tiene una enorme probalidad de sostenerse en las nuevas economías que se vienen, y no me refiero a la clásica imagen de darle sopa de verduras y ropa vieja «a los pobres», ni dedicarse a vender inciensos en los buses y regalar copias de software libre al que se atreva a comprar, el cuento va por otro lado.