Recorriendo el Centro de Bogotá como buen gozque antropoide, guiado por las neuronas intestinales, aún se ven callejones no tan gentrificados, calles con personalidad y carácter, que se niegan a alinearse a la globalización de catálogo, conservan a plena vista elementos históricos que esperan ser interpretados antes de que se los lleve el ajetreo de la modernidad, son un museo vivo de costumbres.
En el Pasaje Hernandez podemos encontrar el café internet tipo express (el de imprimir la copia a las carreras y consultar el correo), un ícono de la sociedad mediatizada, al lado de la venta de ropa de paño muy al estilo cachacho, donde se consiguen unas tirantas para los pantalones muy a lo punk (aunque los abuelos no lo sabían), era ropa de diario en su época, hoy hasta toca pedir que le expliquen a uno como putas se usan (sip… en bochica se pueden decir groserías siempre y cuando se haga con clase, no importa la clase pero con clase).
Es una especie de centro comercial al estilo de mediados del siglo pasado, los trajes de novia envitrinados (sip… en bochica maltratamos el idioma para crear nuevas palabras, así a Caro & Cuervo se le enretuerza el colon) generan sensaciones encontradas, una tipo película de halloween ochentera donde los muertos de hace 100 años reviven y salen al pueblo con el smoking mugroso y deshilachado, otra con la aversión primigenia, a esa ceremonia tan antinatural y contraproducente.
También se encuentra el clásico restaurante con las delicias criollas, muchas de ellas involucrando algún tipo de vísceras, caso puntual del mondongo… la criptónita Nemquetebiana!!!